martes, 6 de octubre de 2009

Mi primo Ambrosio, por Malicia Cool


Este relato lo ha escrito una buena amiga de Face, Malicia Cool. Me ha parecido ( a parte de muy bueno) superdivertido así que le he pedido permiso para poder ponerlo en el Blog y que sea leído por más gente.

Es un buen relato para olvidar las penas y dibujar una gran sonrisa. Gracias Malicia por dejárnos compartirlo.


Mi primo Ambrosio siempre tuvo problemas de adaptación en Chotillo del Montaraz, provincia de Albacete. Tal era su desesperación en la árida llanura castellana que, a pesar de ser muy leído y muy viajado, terminó por recurrir a las drogas y a los escarabajos peloteros pese a que don Marciano Correa, el cabal médico del lugar, se lo desaconsejaba vivamente (con el martillo de los reflejos, para ser exactos) pues le iba muy mal para el colesterol y para el riñón. Los simpáticos e imaginativos niños del lugar intentaron con su mejor voluntad aplastarlo, quemarlo vivo, tirarlo desde lo alto del campanario, agujerearlo, torearlo y hasta arrastrarlo con las motos (cada una en una dirección), pero no consiguieron nada porque Ambrosio, el "sapo diabólico", era grande y fornido, venía equipado de serie con gruesa coraza y dientes imponentes y era además increíblemente voraz (cuando se le hincharon las branquias se zampó entero al pequeño Marcianito y a la venerada charcutera doña Valdomera junto con el aperitivo de chopped que se estaba almorzando ese día, la pobre; DEP).

Corría San Saturnino, patrono del lugar, cuando, un poco por cariño y otro poco por ecología, decidimos hacerle una minuciosa prueba genética en la capital -que, dicho sea de paso, dejó a nuestra humilde familia de constructores en la más vergonzante de las ruinas, tanto económica como moral y religiosa- y descubrimos azorados que lo que le pasaba al primo Ambrosio es que chocheaba ya el hombre (tenía 70 millones de años), que su familia, amigos y modus vivendi estaban en ni más ni menos que en ¡Madagascar! y que su dieta en el pueblo era muy inadecuada porque lo que comía Ambrosio eran pequeños dinosaurios -como Ramoncín-, mamíferos pequeños, como Superñoño (que siempre estaba asobinao, ya sabes) y ranitas pequeñas también.

Así que, como ya estaba tan mayor y no teníamos un puto duro ni ganas ni principios tampoco (y se aproximaban las procesiones de Semana Santa), nos despedimos de Ambrosio, el sapo diabólico, con un beso en los morros -por si de repente se convertía en Felipe de Borbón y nos inauguraba las fiestas- y decidimos dárselo a los niños (esta vez bien armados) para que se entretuvieran las criaturas y nos dejaran ver el Madrid-Barsa en paz, hombre, ya.

¡Y qué simpático que era, el jodío sapo!

 

Alicia XX